Obrigado, Perdão Ajuda-me

Obrigado, Perdão Ajuda-me
As minhas capacidades estão fortemente diminuídas com lapsos de memória e confusão mental. Esta é certamente a vontade do Senhor a Quem eu tudo ofereço. A vós que me leiam rogo orações por todos e por tudo o que eu amo. Bem-haja!

sexta-feira, 21 de novembro de 2008

A ajuda do silêncio

O dia de hoje é dedicado pela Igreja aos mosteiros de clausura. No frenesim em que andamos, a vida contemplativa é uma espécie de oxigénio: centra-nos no essencial.

A este propósito posso contar a história verdadeira de duas amigas minhas, ambas com carreiras profissionais brilhantes, que deixaram tudo, abandonaram o mundo em que viviam e foram para freiras de clausura rigorosa.

Uma delas é francesa e a outra é portuguesa. A francesa era jornalista de sucesso numa rádio de Paris e, habituada a viajar pelo mundo. Apesar de uma vida preenchida, deixou tudo e vive hoje no meio dos Alpes, como eremita num mosteiro de rigoroso silêncio, inspirado na experiência da Cartuxa.

A outra amiga portuguesa, com uma vida social intensa e uma carreira promissora no campo das relações internacionais, foi para carmelita há mais de dez anos e vive para sempre atrás das grades da clausura.

Ambas optaram radicalmente pelo silêncio e vivem plenamente felizes. Abandonaram tudo por uma coisa maior e mais atractiva do que aquilo que já tinham. Algo – garantem elas e muitos outros contemplativos espalhados pelo mundo - que só é possível alcançar no meio do silêncio.

Que bom que é para todos nós a vida dos contemplativos!


Aura Miguel


(Fonte: site RR)

Economía de Mercado y Ética por Joseph Ratzinger

(Exposición en la Conferencia "Iglesia y Economía: responsabilidad para el futuro de la economía mundial" celebrada en la Universidad Pontificia Urbaniana en noviembre de 1985)

La desigualdad económica entre el Norte y el Sur del globo terráqueo constituye una amenaza interior cada vez mayor para la cohesión de la familia humana que podría terminar por configurar un peligro no menor para la prolongación de nuestra historia que el de los arsenales de armamentos con los que se enfrentan el Este y el Oeste.

Urgen, por lo tanto, nuevos esfuerzos que permitan superar esta tensión por cuanto los métodos ensayados hasta ahora no fueron suficientes; por el contrario, en los últimos treinta años la miseria en el mundo aumentó hasta alcanzar dimensiones realmente estremecedoras. En la búsqueda de soluciones que realmente signifiquen un avance, hacen falta nuevas ideas económicas que, a su vez, no parece puedan ser concebidas ni menos realizadas sin nuevos impulsos éticos. Aquí se ofrece la posibilidad y la necesidad de un diálogo entre la Iglesia y la economía.

No se comprende a simple vista .sobre todo en el enfoque clásico de la economía- qué pueden tener en común la Iglesia y la economía, salvo que la Iglesia es también un agente económico y como tal un factor del mercado. Sin embargo, no ha venido a participar del diálogo con la economía en esa calidad de elemento económico sino propiamente como Iglesia. Surge entonces una objeción fundada en la reafirmación hecha por el Concilio Vaticano II que señala la necesidad de respetar la autonomía de las respectivas esferas, es decir, que la economía debería funcionar siguiendo sus propias reglas de juego y no operar en función de consideraciones morales exógenas.

Pues en el ámbito económico se asigna vigencia a la tradición inaugurada por Adam Smith según la cual el mercado es incompatible con la ética porque "cualquier acción moral voluntaria contradice las reglas del mercado y simplemente termina por desplazar al empresario moralizante del mercado". Durante mucho tiempo la ética económica se consideró, por consiguiente, expresión hueca, dado que en la economía se trataría de efectividad y no de moralidad. Era la lógica interna del mercado la que nos debía liberar de la necesidad de tener que apoyarnos en la mayor o menor moralidad de los diferentes agentes del mercado. El juego correcto de las reglas del mercado era lo que mejor garantizaría el progreso y la justicia distributiva.

Los grandes éxitos que esta teoría logró en determinados terrenos impidieron durante mucho tiempo advertir cuáles eran sus límites. Ante el cambio operado en la realidad comienzan a evidenciarse sus tácitos condicionamientos filosóficos y se hacen más notorios sus problemas. Pese a que este criterio apunta a la libertad de los diferentes agentes económicos y en tal sentido merece el calificativo de libertario, es esencialmente determinista. Presupone que el libre juego de las fuerzas del mercado, tal cual son los hombres y el mundo, sólo puede actuar en un sentido, o sea en función de la autorregulación de la oferta y la demanda, es decir, en función de la efectividad y del progreso económico. Este determinismo, donde el hombre -con una libertad aparente- en el fondo no actuaría sino en función de las leyes inalterables del mercado, presupone también una condición muy distinta y quizás aún más asombrosa: que las supuestas leyes naturales del mercado son esencialmente buenas y que propenden necesariamente hacia lo bueno.

Ambos presupuestos no son del todo falsos, tal como lo demuestran los éxitos obtenidos por la economía de mercado, pero ninguno de los dos es tampoco infinitamente extensible, ni infinitamente cierto, según lo evidencian los presentes problemas de la economía mundial. Sin la intención de penetrar en un análisis detallado, quiero recalcar una frase de Peter Soslowski que va al centro de las cuestión:
"La economía no es gobernada sólo por leyes económicas, sino que está determinada por hombres". Aun cuando la economía de mercado se basa en la integración del individuo a una determinada red de normas, no puede hacer superfluo al hombre excluyendo su libertad ética del quehacer económico. Hoy se tienen cada vez más evidencias de que el desarrollo de la economía mundial también guarda relación con la evolución de la familia humana, y que para el desarrollo de la comunidad internacional cobra sustancial significación el desarrollo de las fuerzas espirituales del hombre.

También las fuerzas espirituales son un factor económico: las reglas del mercado sólo funcionan cuando existe un consenso moral básico que las sostiene.

Hasta aquí he tratado de hacer referencia a la dualidad que existe entre un modelo económico netamente lineal y un planteo ético, tratando de encuadrar un primer tema que seguramente habrá de desempeñar un papel importante en este simposio. Pero también es necesario mencionar una realidad inversa. El tema del mercado y de la moral ha dejado ya de ser un mero problema teórico. Como la desigualdad de las diferentes regiones económicas hace peligrar el juego del mercado, en las década de 1950 se buscó establecer el equilibrio económico mediante programas de desarrollo.

Hoy no podemos dejar de ver que este intento ha fracasado en su forma tradicional y que incluso ha agudizado la desigualdad. Como consecuencia de ello, numerosos sectores del Tercer Mundo que en un primer momento miraron esperanzados la ayuda al desarrollo, ven ahora la causa de su miseria en la economía de mercado, a la cual consideran un sistema de explotación, la encarnación de la injusticia. En esta perspectiva asoma la economía dirigida y centralizada como alternativa moral que despierta un fervor casi religioso. La economía de mercado, ciertamente, apuesta al efecto positivo del egoísmo que encuentra su limitación en su competencia con otros egoísmos; la economía dirigida parece encarnar, en cambio, la idea de una conducción justa, cuyo objetivo es lograr derechos iguales para todos y una distribución homogénea de los bienes entre todos.

Los antecedentes de que disponemos no son alentadores, pero ello no invalida la esperanza de que finalmente logremos que la concepción moral prevalezca. En efecto, el razonamiento sostiene que si desarrollásemos todo sobre un fundamento moral más sólido sería posible reconciliar la moral y la efectividad en una sociedad cuyo objetivo no sea obtener un máximo de beneficios sino la autolimitación y la vocación de servicio. De este modo la disputa entre economía y ética se vuelve cada vez más en contra de la economía de mercado y a favor de una economía dirigida y centralizada a la que se cree dar plenamente un acertado fundamento ético.

Sin embargo, toda la dimensión del problema aquí planteado llega a manifestarse sólo si integramos un tercer espacio de reflexiones económicas y teóricas que caracterizan el panorama de la situación actual: el mundo marxista. En cuanto a su estructura teórica, económica y práctica, el sistema marxista como economía dirigista se opone diametralmente a la economía de mercado. La salvación así propuesta consiste en que el derecho privado no se ejerce sobre los bienes de producción, en que la oferta y la demanda no se coordinan mediante la competencia en el mercado y que por lo tanto no queda espacio para las ansias de ganancia, sino que todas las decisiones irradian desde la administración central.

Pero pese a esta oposición radical en los mecanismos económicos concretos existen también coincidencias filosóficas más profundas. La primera consiste en que también el marxismo es un determinismo, que también él promete la liberación total como fruto de tal determinismo. Por ello es un error básico suponer que el sistema de dirigismo centralizado es un sistema moral en esencia distinto del sistema mecánico de la economía de mercado. Expresión clara de ello es que, por ejemplo, Lenín reafirmaba la tesis de Sombart según la cual en el marxismo no existe ninguna Gran Ética sino sólo leyes económicas. En efecto, el determinismo es mucho más radical y fundamental en el marxismo que en el liberalismo: éste último reconoce por lo menos el ámbito de lo subjetivo comprendido como espacio de lo ético; en el marxismo, por el contrario, el devenir y la historia se reducen por completo a la economía, y cualquier delimitación de un ámbito subjetivo propio se interpreta como resistencia a las leyes de la historia, únicas vigentes, a una reacción hostil al progreso imposible de tolerar. La ética se reduce aquí a la filosofía de la historia y ésta se desintegra en estrategia partidaria.

Pero volvamos sobre las coincidencias en las bases filosóficas entre marxismo y capitalismo en una acepción más estricta. La segunda coincidencia consiste en que el determinismo incluye el rechazo a la ética como variable independiente y relevante para la economía. Una manifestación dramática de ello en el marxismo es que la religión se ve remitida a la economía, como si fuera mero reflejo de cierto sistema económico; por lo tanto, el marxismo la considera a la vez obstáculo para el conocimiento y la acción correctas y obstáculo para el progreso que persiguen las leyes naturales de la historia.

Se presupone nuevamente que la historia que transcurre en la dialéctica de lo negativo y positivo terminará por desembocar en una positividad total, como consecuencia de una esencia interior de ninguna manera demostrada.

Es evidente que en un enfoque de esta naturaleza la Iglesia nada positivo podría aportar a la economía mundial, y sólo aparecería en el debate económico como algo a ser superado. En épocas más recientes se supuso que durante ese proceso podría servir como medio para su propia destrucción y por ende como instrumento de "las fuerzas positivas de la historia"; evidentemente, en nada cambia esto la tesis básica.

Por lo demás, prácticamente todo el sistema vive de la apoteosis de la dirección central, en la cual quedaría reflejado el mismísimo espíritu del siglo. Que esto es un mito en el sentido más nefasto de la palabra se comprueba de manera cotidiana. Así, el rechazo frontal al diálogo concreto entre la Iglesia y la economía que subyace a este pensamiento parece una conclusión necesaria.

En el intento de describir las posibilidades de un diálogo entre Iglesia y economía me encontré, además, con un cuarto aspecto ilustrado con la frase acuñada en 1912 por Teodoro Roosevelt: "Creo que la asimilación de los países latinoamericanos a los Estados Unidos será difícil y larga en tanto estos países sigan siendo católicos".

Siguiendo la misma línea de pensamiento, David Rockefeller recomendó en 1969, en oportunidad de una conferencia dictada en Roma, suplantar allí los católicos por otros cristianos .empresa que, como sabemos, está en pleno funcionamiento. En ambas expresiones la religión, o mejor dicho una confesión cristiana parece ser el factor fundamental socio-político y político-económico para un modo de desenvolvimiento de las estructuras políticas y sus posibilidades económicas.

Esto recuerda la tesis de Max Weber sobre la relación íntima entre capitalismo y calvinismo, entre la configuración del orden económico y la idea religiosa determinante.

Parecería haberse invertido la idea de Marx: no sería la economía lo que produce el concepto religioso sino la orientación religiosa básica lo que decide acerca de la índole del sistema económico a configurarse. La noción de que sólo el protestantismo puede producir una economía libre mientras que el catolicismo no contempla la necesidad de una educación dirigida a la libertad y la autodisciplina sino que favorece los sistemas autoritarios sigue muy difundida. Por otro lado, ya no podemos considerar el sistema liberal capitalista como la salvación del mundo, de acuerdo con el optimismo de la era de Kennedy y sus cuerpos de paz. Mi primera recomendación sería, entonces, una autocrítica de las confesiones cristianas en cuanto a su ética política y económica, que no puede agotarse en un diálogo interno de la Iglesia y que sólo será fructífero en la medida en que participen de él los cristianos que ocupan lugares clave en la economía.

Una vieja tradición hace que éstos a menudo consideren su condición de cristianos como propia del ámbito subjetivo mientras que como economistas obedecen las leyes de la economía; el mundo subjetivo y el mundo objetivo serían incomunicables. Lejos de ello, lo importante es que lleguen a encontrarse en un modo que los una en forma pura y sin separación. Se hace evidente en la historia de la economía que la conformación de los sistemas económicos y su vinculación con el bien común depende de una cierta disciplina ética que a su vez sólo puede emerger y obtener su aliento vital de las fuerzas religiosas. A la inversa, también comienza a evidenciarse que la declinación de tal disciplina provoca el desmoronamiento de las fuerzas de mercado.

Una política económica no sólo comprometida con un bien sectorial o el bien común de un determinado Estado, sino con el bien común de la familia humana exige un máximo de disciplina ética y por ende un máximo de fuerza religiosa. La formación de una voluntad política basada en las leyes internas de la economía que se proponga el mismo elevado fin parece de realización imposible a pesar de cualesquiera solemnes afirmaciones humanitarias; sólo se lo podrá realizar si para ello se liberan fuerzas éticas totalmente nuevas. Pero una moral que crea posible prescindir del conocimiento objetivo de las leyes económicas no es moral sino moralismo, que es lo contrario de la moral. Y una objetividad aparente que pretenda existir sin la ética desconoce la realidad del hombre y con ello deja de ser objetiva. Hoy necesitamos un máximo de razonamiento económico pero también un máximo de ética que permita poner la razón económica al servicio de los verdaderos objetivos y que sus conocimientos sean políticamente realizables y socialmente viables.

Con todo lo antedicho no quise ni pude dar respuestas a los interrogantes que nos preocupan: no poseo el criterio económico necesario, pero intenté hacer un planteo de extrema urgencia respecto de lo que nos ha traído aquí. Esperemos que resulte posible dar un paso adelante en la necesaria comunidad entre ética y economía que nos conduzca a mayores conocimientos y mejores acciones proveyendo más paz, más libertad y más unidad en la familia humana.


Fonte: http://www.ucalp.edu.ar/ratzinger.html

Papa previu colapso dos mercados em 1985

http://www.jornaldenegocios.pt/index.php?template=SHOWNEWS&id=341988


O Papa Benedito XVI foi o primeiro a prever a crise no sistema financeiro mundial, uma profecia que data de um documento que escreveu quando ainda era cardeal, afirmou hoje o ministro italiano das Finanças, Giulio Tremonti.“A previsão de que uma economia indisciplinada iria colapsar devido às suas próprias regras” pode ser encontrada num texto escrito por cardeal Joseph Ratzinger, que se tornou Papa em Abril de 2005, referiu ontem Tremonti, citado pela Bloomberg.

Ratzinger apresentou em 1985 um documento intitulado “Market Economy and Ethics”, num evento dedicado à Igreja e à economia. O então cardeal disse que o declínio observado ao nível da ética poderia “levar a um colapso das leis do mercado”.No passado dia 7 de Outubro, o Papa salientou, a propósito da crise nos mercados, que o dinheiro não vale nada e que a única realidade sólida é a palavra de Deus.

O jornal oficial do Vaticano, o Osservatore Romano, criticou no mesmo dia o modelo de mercado livre por ter crescido demasiado, e da forma errada, nas últimas duas décadas, sublinhou a Bloomberg.

TEXTO INTEGRAL EM INGLÊS


http://www.acton.org/publications/occasionalpapers/publicat_occasionalpapers_ratzinger.php


Article presented in 1985 in a symposium in Rome, “Church and Economy in Dialogue.” 1

Market Economy and Ethics


By Joseph Cardinal Ratzinger 2


Allow me to give a cordial welcome — also in the name of the two other protectors, Cardinal Höffner and Cardinal Etchegaray — to all the participants here present for the Symposium on Church and Economy. I am very glad that the cooperation between the Pontifical Council for the Laity, the International Federation of Catholic Universities, the Institute of the German Economy and the Konrad-Adenauer-Foundation, has made possible these world-wide conversations on a question of deep concern for all of us.

The economic inequality between the northern and southern hemispheres of the globe is becoming more and more an inner threat to the cohesion of the human family. The danger for our future from such a threat may be no less real than that proceeding from the weapons arsenals with which the East and the West oppose one another. New exertions must be made to overcome this tension, since all methods employed hitherto have proven themselves inadequate. In fact, the misery in the world has increased in shocking measure during the last thirty years. In order to find solutions that will truly lead us forward, new economic ideas will be necessary. But such measures do not seem conceivable or, above all, practicable without new moral impulses. It is at this point that a dialogue between Church and economy becomes both possible and necessary.

Let me clarify somewhat the exact point in question. At first glance, precisely in terms of classical economic theory, it is not obvious what the Church and the economy should actually have to do with one another, aside from the fact that the Church owns businesses and so is a factor in the market. The Church should not enter into dialogue here as a mere component in the economy, but rather in its own right as Church.

Here, however, we must face the objection raised especially after the Second Vatican Council, that the autonomy of specialized realms is to be respected above all. Such an objection holds that the economy ought to play by its own rules and not according to moral considerations imposed on it from without. Following the tradition inaugurated by Adam Smith , this position holds that the market is incompatible with ethics because voluntary “moral” actions contradict market rules and drive the moralizing entrepreneur out of the game. 3 For a long time, then, business ethics rang like hollow metal because the economy was held to work on efficiency and not on morality. 4 The market's inner logic should free us precisely from the necessity of having to depend on the morality of its participants. The true play of market laws best guarantees progress and even distributive justice.

The great successes of this theory concealed its limitations for a long time. But now in a changed situation, its tacit philosophical presuppositions and thus its problems become clearer. Although this position admits the freedom of individual businessmen, and to that extent can be called liberal, it is in fact deterministic in its core. It presupposes that the free play of market forces can operate in one direction only, given the constitution of man and the world, namely, toward the self-regulation of supply and demand, and toward economic efficiency and progress.

This determinism, in which man is completely controlled by the binding laws of the market while believing he acts in freedom from them, includes yet another and perhaps even more astounding presupposition, namely, that the natural laws of the market are in essence good (if I may be permitted so to speak) and necessarily work for the good, whatever may be true of the morality of individuals. These two presuppositions are not entirely false, as the successes of the market economy illustrate. But neither are they universally applicable and correct, as is evident in the problems of today's world economy. Without developing the problem in its details here — which is not my task — let me merely underscore a sentence of Peter Koslowski's that illustrates the point in question: “The economy is governed not only by economic laws, but is also determined by men...”. 5 Even if the market economy does rest on the ordering of the individual within a determinate network of rules, it cannot make man superfluous or exclude his moral freedom from the world of economics. It is becoming ever so clear that the development of the world economy has also to do with the development of the world community and with the universal family of man, and that the development of the spiritual powers of mankind is essential in the development of the world community. These spiritual powers are themselves a factor in the economy: the market rules function only when a moral consensus exists and sustains them.

If I have attempted so far to point to the tension between a purely liberal model of the economy and ethical considerations, and thereby to circumscribe a first set of questions, I must now point out the opposite tension. The question about market and ethics has long ceased to be merely a theoretical problem. Since the inherent inequality of various individual economic zones endangers the free play of the market, attempts at restoring the balance have been made since the 1950s by means of development projects. It can no longer be overlooked that these attempts have failed and have even intensified the existing inequality. The result is that broad sectors of the Third World, which at first looked forward to development aid with great hopes, now identify the ground of their misery in the market economy, which they see as a system of exploitations, as institutionalised sin and injustice. For them, the centralized economy appears to be the moral alternative, toward which one turns with a directly religious fervor, and which virtually becomes the content of religion. For while the market economy rests on the beneficial effect of egoism and its automatic limitation through competing egoisms, the thought of just control seems to predominate in a centralized economy, where the goal is equal rights for all and proportionate distribution of goods to all. The examples adduced thus far are certainly not encouraging, but the hope that one could, nonetheless, bring this moral project to fruition is also not thereby refuted. It seems that if the whole were to be attempted on a stronger moral foundation, it should be possible to reconcile morality and efficiency in a society not oriented toward maximum profit, but rather to self-restraint and common service. Thus in this area, the argument between economics and ethics is becoming ever more an attack on the market economy and its spiritual foundations, in favour of a centrally controlled economy, which is believed now to receive its moral grounding.

The full extent of this question becomes even more apparent when we include the third element of economic and theoretical considerations characteristic of today's situation: the Marxist world. In terms of the structure of its economic theory and praxis, the Marxist system as a centrally administered economy is a radical antithesis to the market economy. 6 Salvation is expected because there is no private control of the means of production, because supply and demand are not brought into harmony through market competition, because there is no place for private profit seeking, and because all regulations proceed from a central economic administration. Yet, in spite of this radical opposition in the concrete economic mechanisms, there are also points in common in the deeper philosophical presuppositions. The first of these consists in the fact that Marxism, too, is deterministic in nature and that it too promises a perfect liberation as the fruit of this determinism. For this reason, it is a fundamental error to suppose that a centralized economic system is a moral system in contrast to the mechanistic system of the market economy. This becomes clearly visible, for example, in Lenin's acceptance of Sombart's thesis that there is in Marxism no grain of ethics, but only economic laws. 7 Indeed, determinism is here far more radical and fundamental than in liberalism: for at least the latter recognizes the realm of the subjective and considers it as the place of the ethical. The former, on the other hand, totally reduces becoming and history to economy, and the delimitation of one's own subjective realm appears as resistance to the laws of history, which alone are valid, and as a reaction against progress, which cannot be tolerated. Ethics is reduced to the philosophy of history, and the philosophy of history degenerates into party strategy.

But let us return once again to the common points in the philosophical foundations of Marxism and capitalism taken strictly. The second point in common — as will already have been clear in passing — consists in the fact that determinism includes the renunciation of ethics as an independent entity relevant to the economy \. This shows itself in an especially dramatic way in Marxism. Religion is traced back to economics as the reflection of a particular economic system and thus, at the same time, as an obstacle to correct knowledge, to correct action — as an obstacle to progress, at which the natural laws of history aim. It is also presupposed that history, which takes its course from the dialectic of negative and positive, must, of its inner essence and with no further reasons being given, finally end in total positivity. That the Church can contribute nothing positive to the world economy on such a view is clear; its only significance for economics is that it must be overcome. That it can be used temporarily as a means for its own self-destruction and thus as an instrument for the “positive forces of history” is an ‘insight’ that has only recently surfaced. Obviously, it changes nothing in the fundamental thesis.

For the rest, the entire system lives in fact from the apotheosis of the central administration in which the world spirit itself would have to be at work, if this thesis were correct. That this is a myth in the worst sense of the word is simply an empirical statement that is being continually verified. And thus precisely the radical renunciation of a concrete dialogue between Church and economy which is presupposed by this thought becomes a confirmation of its necessity.

In the attempt to describe the constellation of a dialogue between Church and economy , I have discovered yet a fourth aspect. It may be seen in the well-known remark made by Theodore Roosevelt in 1912: “I believe that the assimilation of the Latin-American countries to the United States will be long and difficult as long as these countries remain Catholic.” Along the same lines, in a lecture in Rome in 1969, Rockefeller recommended replacing the Catholics there with other Christians 8 — an undertaking which, as is well known, is in full swing. In both these remarks, religion — here a Christian denomination — is presupposed as a socio-political, and hence as an economic-political factor, which is fundamental for the development of political structures and economic possibilities. This reminds one of Max Weber's thesis about the inner connection between capitalism and Calvinism , between the formation of the economic order and the determining religious idea. Marx's notion seems to be almost inverted: it is not the economy that produces religious notions, but the fundamental religious orientation that decides which economic system can develop. The notion that only Protestantism can bring forth a free economy — whereas Catholicism includes no corresponding education to freedom and to the self-discipline necessary to it, favouring authoritarian systems instead — is doubtless even today still very widespread, and much in recent history seems to speak for it. On the other hand, we can no longer regard so naively the liberal-capitalistic system (even with all the corrections it has since received) as the salvation of the world. We are no longer in the Kennedy-era, with its Peace Corps optimism; the Third World's questions about the system may be partial, but they are not groundless. A self-criticism of the Christian confessions with respect to political and economic ethics is the first requirement.

But this cannot proceed purely as a dialogue within the Church. It will be fruitful only if it is conducted with those Christians who manage the economy \. A long tradition has led them to regard their Christianity as a private concern, while as members of the business community they abide by the laws of the economy.

These realms have come to appear mutually exclusive in the modern context of the separation of the subjective and objective realms. But the whole point is precisely that they should meet, preserving their own integrity and yet inseparable. It is becoming an increasingly obvious fact of economic history that the development of economic systems which concentrate on the common good depends on a determinate ethical system, which in turn can be born and sustained only by strong religious convictions. 9 Conversely, it has also become obvious that the decline of such discipline can actually cause the laws of the market to collapse. An economic policy that is ordered not only to the good of the group — indeed, not only to the common good of a determinate state — but to the common good of the family of man demands a maximum of ethical discipline and thus a maximum of religious strength. The political formation of a will that employs the inherent economic laws towards this goal appears, in spite of all humanitarian protestations, almost impossible today. It can only be realized if new ethical powers are completely set free. A morality that believes itself able to dispense with the technical knowledge of economic laws is not morality but moralism. As such it is the antithesis of morality. A scientific approach that believes itself capable of managing without an ethos misunderstands the reality of man. Therefore it is not scientific. Today we need a maximum of specialized economic understanding, but also a maximum of ethos so that specialized economic understanding may enter the service of the right goals. Only in this way will its knowledge be both politically practicable and socially tolerable.

[1] This article, translated by Stephen Wentworth Arndt, is provided courtesy of Dr. Johannes Stemmler, secretary emeritus of the BKU (Federation of Catholic Entrepreneurs) and secretary of Ordo socialis in Köln, Germany. This article appeared previously in English under the title “Church and economy: Responsibility for the future of the world economy,” Communio 13 (Fall 1986): 199-204.

[2] Joseph Cardinal Ratzinger is (was at the time) Prefect of the Congregation for the Doctrine of the Faith.

[3] Cf. Peter Koslowski, “Über Notwendigkeit und Möglichkeit einer Wirtschaftsethik,” Scheidewege. Jahresschrift für skeptisches Denken 15 (1985/86): 301, 204–305. This fundamental study has given me essential suggestions for my own paper.
[Ed. note: This paper, “On the Necessity and Possibility of an Ethics of the Economy,” is further elaborated and available in English in the book by P. Koslowski, Ethics of Capitalism; and, Critique of Sociobiology: Two Essays with a Comment by James M. Buchanan, vol. 10, Studies in Economic Ethics and Philosophy (New York: Springer-Verlag, 1996), with the 6th German edition 1998, along with Spanish, Korean, Russian, Chinese, and Japanese translations.]

[4] Koslowski, “Über Notwendigkeit und Möglichkeit einer Wirtschaftsethik,” 294.

[5] Koslowski, “Über Notwendigkeit und Möglichkeit einer Wirtschaftsethik,” 304; cf. 301.

[6] Cf. Card. J. Höffner, Wirtschaftsordnung und Wirtschaftsethik. Richtlinien der katholischen Soziallehre, ed. Sekretariat der Deutschen Bischofskonferenz (Bonn, 1985), 34–44. The English translation of this paper was published by Ordo socialis: Economic Systems and Economic Ethics–Guidelines in Catholic Social Teaching (Association for the Advancement of Christian Social Sciences, 1986).

[7] Koslowski, “Über Notwendigkeit und Möglichkeit einer Wirtschaftsethik,” 296, with reference to Lenin, Werke (Berlin, 1971), I 436.

[8] I found these two considerations in the contribution of A. Metalli, “La grande epopea degli evangelici,” Trenta giorni 3, no. 8 (1984): 9, 8–20.

[9] For detailed information see P. Koslowski, “Religion, Okonomie, Ethik. Eine sozialtheoretische und ontologische Analyse ihres Zusammenhangs,“ in Die religiöse Dimension der Gesellschaft, Religion und ihre Theorien, ed. P. Koslowski (Tübingen, 1985), 76–96.

Educar segundo Edith Stein


Por ocasião da publicação, patrocinada pela Lateran University Press, de três livros dedicados ao pensamento Edith Stein, realizou-se na Pontifícia Universidade Lateranense uma mesa-redonda organizada pelo Centro de Estudos Edith Stein.Entre os vários argumentos abordados, a relação educacional, uma temática plena de actualidade.

Anna Maria Pezzella, directora do Centro de Estudos Edith Stein: “O Centro ocupa-se principalmente da difusão do pensamento de Edith Stein, que é uma filósofa alemã, judia, que se converteu ao catolicismo e se tornou depois santa, Santa Teresa Benedita da Cruz”.

Anna Maria Pezzella, directora do Centro de Estudos Edith Stein: “Stein pode sugerir hoje uma profunda reflexão sobre a educação e, sobretudo, sobre a relação educacional, que é uma relação complexa, uma relação extremamente articulada”.

Daniela Iannotta, docente de Filosofia da Linguagem – Universidade “Roma tre”: “Realmente é necessário pensar bastante na educação hoje; isto é, pensar o elo especial que une o aluno ao docente, o docente ao seu aluno, e do qual devemos redescobrir não somente a vivência relacional, mas também a fecundidade recíproca”.


(Fonte: H2O News com adaptação de JPR)

Maria no Evangelho

«… , aponta em todas as suas partes e de todos os pontos de vista sempre tanto para Cristo como para a Igreja. Daí resulta directamente também que toda a piedade mariana, se quiser ser católica, não se pode nunca isolar, antes pelo contrário deve sempre inserir-se e orientar-se tanto cristologicamente (e, portanto, trinitariamente) como eclesiologicamente»

(Hans Urs von Balthasar in ‘Maria primeira Igreja’ – Joseph Ratzinger e Hans Urs von Balthasar)

Magnificat em D maior (BWV 243) - Bach

Salve Regina - F. Schubert

Ave Maria de Caccini por Andrea Bocelli